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Hay sitios web con conocimientos que duran un día, y son buenos. Hay otros que duran un año, y son mejores. Pero hay los que duran toda la vida: esos son los imprescindible.

Este blog de difusión académica es uno de los que duran toda la vida: un cofre del tesoro, que al abrirse los inundara con una perspectiva diferente de lo que son las matemáticas, ya que hablar de ellas no es solo demostrar el teorema de Pitágoras: es hablar del amor, de magníficos personajes, de la profundidad de los hechos de nuestra vida cotidiana, del arte y de contar historias de princesas.

Porque en la matemática también hay belleza, solo es cuestión de darle una segunda oportunidad.  

ORASI

La mano de la Princesa. 

Hace un tiempo leí en un maravilloso libro llamado “Matemáticas… ¿éstas ahí?” de Adrián Paenza, un cuento proveniente de un colega y amigo del autor, llamado Pablo Amster: un excelente matemático, músico, experto en kabbalah (sabiduría antigua que brinda herramientas prácticas para crear felicidad y satisfacción duradera). Dicho cuento, nos menciona Adrián Paenza, lo utilizó Pablo Amster en un curso de matemáticas que dio para un grupo de estudiantes en Bellas Artes, Ciudad de México.

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pageLa mano de la princesa trata de un texto maravilloso que me es muy grato compartírselos:

Una conocida serie checa de dibujos animados cuenta, en sucesivos capítulos, la historia de una princesa cuya mano es disputada por un gran número de pretendientes.

Éstos deben convencerla: distintos episodios muestran los intentos de seducción que despliega cada uno de ellos, de los más variados e imaginativos.

Así, empleando diferentes recursos, algunos más sencillos y otros verdaderamente magníficos, uno tras otro pasan los pretendientes pero nadie logra conmover, siquiera un poco, a la princesa.

Recuerdo por ejemplo a uno de ellos mostrando una lluvia de luces y estrellas; a otro, efectuando un majestuoso vuelo y llenando el espacio con sus movimientos. Nada. Al fin de cada capítulo aparece el rostro de la princesa, el cual nunca deja ver gesto alguno.

El episodio que cierra la serie nos proporciona el impensado final: en contraste con las maravillas ofrecidas por sus antecesores, el último de los pretendientes extrae con humildad de su capa un par de anteojos, que da a probar a la princesa: ésta se los pone, sonríe y le brinda su mano en matrimonio.

La historia, más allá de las posibles interpretaciones, es muy atractiva, y cada episodio por separado resulta de una gran belleza. Sin embargo, hay un interesante manejo de la tensión, que nos hace pensar, en cierto punto, que nada conformará a la princesa, nos enojamos con esta princesa insaciable. ¿Qué cosa tan extraordinaria es la que está esperando? Hasta que, de pronto, aparece el dato que desconocíamos: la princesa no se emocionaba ante las maravillas ofrecidas, pues no podía verlas. Así que ése era el problema. Claro. Si el cuento mencionara este hecho un poco antes, el final no nos sorprendería. Podríamos admirar igualmente la belleza de las imágenes, pero encontraríamos algo tontos a estos galanes y sus múltiples intentos de seducción, ya que nosotros sabríamos que la princesa es miope. No lo sabemos: nuestra idea es que la falla está en los pretendientes, que ofrecen, al parecer, demasiado poco. Lo que hace el último, ya enterado del fracaso de los otros, es cambiar el enfoque del asunto. Mirar al problema de otra manera.

En efecto, hablar de matemática no es solamente demostrar el teorema de Pitágoras: es, además, hablar del amor y contar historias de princesas.

Muy poca gente se da cuenta… Por eso el cuento de la princesa; porque el problema, como adivina el último de los pretendientes, es que “Lo más interesante que hay en este país, no se lo ve” (Henri Michaux, “El país de la magia”).

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